martes, 6 de septiembre de 2011


Vidas paralelas
Guillermo Rothschuh Villanueva | Opinión

Después de leer El ídolo no muere uno comprueba las similitudes existentes entre el discurrir profesional de Edgard Tijerino y el ascenso a la fama de Alexis Argüello. Los dos entran a la historia por la puerta grande del deporte. Ambos se abren paso contra la adversidad; los dos forjan su prestigio a base de tenacidad y constancia. Tijerino dando nuevos bríos a la crónica deportiva y Argüello, conquistando para Nicaragua el primer título mundial de boxeo. Dos pioneros enlazan sus vidas, las que discurrirán de manera paralela a lo largo de los años, inaugurando una nueva etapa deportiva en Nicaragua.

Los dos empinándose a la fama, proyectándose a niveles insospechados, en una carrera meteórica, donde los resultados obedecen a su obstinación y ansias de triunfos. Tijerino sale del barrio El Caimito para consagrarse como el mejor cronista deportivo del país y Argüello del barrio Monseñor Lezcano, para convertirse en gloria y orgullo de Nicaragua. Los dos se hermanan en sus luchas por salir adelante en una sociedad llena de impedimentos y barreras para gente de su estirpe. Sus vidas desprenden olor a pueblo. Ninguna crónica de Edgard me ha impresionado tanto, por su calor humano, cómo la vez que desanduvo las calles infernales por donde transitaba Rubén Olivares, El Púas, hijo legítimo de Tepito, el mismo barrio que vio crecer y acrecentar el prestigio del legendario Raúl Ratón Macías.

El itinerario delineado sobre Alexis en El ídolo no muere, me recuerda la forma en que Edgard tejió su destino, con la certeza absoluta de que saldría adelante. Embriagado por la pasión y el deseo de escribir como un poseso, sin importarle la paga, ajeno a toda pretensión vacua, Edgard empezó por hacerse de un estilo peculiar y una prosa fluida y granítica. Su versatilidad y el torrente inagotable de su escritura, parte en dos la historia de la crónica deportiva nacional. Todos repetirán ahora, antes y después de Edgard Tijerino. Como Alexis, Edgard se ciñó el cetro en solo el despegue de su carrera periodística en 1970 y en su territorio desde entonces nadie le hace sombra. Los dos continúan en la cúspide, desafiando tempestades; haciendo sentir Alexis la ferocidad de sus puños y Edgard desbordando todos los espacios, yendo por la mañana a la radio; metido de lleno por las noches, a escribir sus crónicas magistrales para el periódico.

Edgard se encarga de contarnos la forma en que Alexis trazó la ruta que lo conduciría a la cima; igual hizo él para situarse en el escalón más alto de la crónica deportiva, sacando horas al sueño, escribiendo y leyendo, no sólo sobre cuestiones deportivas, también sobre una multiplicidad de temas, poniendo a prueba su carisma y la forma prodigiosa con que ha asimilado sus grandes lecturas. Entre los desvelos de Arguello y los desvelos de Tijerino, no existe ninguna diferencia. Los dos lo hacen porque están conscientes que sin disciplina el mayor talento se pierde. Alexis se consagró al boxeo, Edgard ha dedicado toda su vida a escribir como un endemoniado. Cronista a toda prueba, nada le entusiasma tanto como su vocación de escritor.

Los grandes de la literatura afirman que el estilo es el hombre. Alexis sabía medir distancias y colocar sus puños con precisión de relojero; más que un estilo preciosista, sus jabs anunciaban al ángel exterminador catapultándose a la fama. Edgard forjó en la fragua de Vulcano, sobre hierro candente, un estilo inconfundible, hiriente como un cuchillo, avasallador, incontenible. Las huellas de sus trazos son inconfundibles. Apasionado, blasfema contra Dios y contra los hombres, para provocar complicidades, reacciones insospechadas. Así Alexis congrega a su rebaño, luego de cumplir limpiamente su faena. Contagian y emocionan porque con sus puños y pluma, tocan el corazón de millares de seguidores. Los sienten suyos, porque en verdad lo son.

Alexis sabe que el guerrero no conoce el reposo, llena de aire sus pulmones y funda un gimnasio de boxeo en San Judas, un barrio periférico repleto de pobres; quiere que los jóvenes de las barriadas traduzcan sus sueños ciñéndose nuevas coronas sobre sus cabezas. Edgard sin pretenderlo funda su propia escuela. A falta de estudios especializados en nuestras universidades, las nuevas generaciones han encontrado inspiración y aliento en su manera de escribir, en su prodigiosa sabiduría. Como pocos boxeadores en el mundo, Alexis comenzó a sumar estrellas para el empobrecido firmamento nacional; Edgard rompe estereotipos y desde las páginas de La Prensa, Barricada y El Nuevo Diario, escribe sobre beisbol, boxeo, futbol, tenis, en un alarde asombroso de conocimientos, pocas veces visto en la crónica deportiva mundial. En la radio, congrega a su feligresía en Doble Play, para comprobar halagada, la soltura con que salta de un tema a otro, con la misma destreza y solidez con que Alexis estrellaba sobre el rostro de sus adversarios sus temibles derechazos.

Con una enorme delectación, Edgard demuestra en El ídolo no muere, que tan fieros como los puños de Alexis, su pluma. La cadencia y el ritmo de su escritura, la contundencia de sus argumentos y la solidez de sus planteamientos, armonizan con la bravura de los puños de Alexis. Como uno comprueba en los capítulos más estrujantes de esta obra, Alexis tuvo la osadía de enmudecer a México con la derrota de Rubén Olivares; la forma en que tumbó a Leonel Escalera, dejó perplejo a Puerto Rico y cuando demolió a Jim Watt, para ganar su tercera corona, la fanaticada mundial se levantó de sus sillas para rendir el más grande tributo al nicaragüense, que escribió sus gestas a base de trompadas y una humildad sin límites. Nicaragua entera lo acogió como un héroe. Su rastro ilumina el horizonte de los noveles boxeadores. Todos quieren parecerse a Alexis. El uno parte en dos la historia del boxeo y el otro la historia de la crónica deportiva nacional.

Todo nicaragüense deportista o no, que aspire conocer los detalles más íntimos de Alexis Argüello; cada una de sus peleas; la manera en que aprecia las enseñanzas que le brindaron cada uno de sus entrenadores; sus distintos matrimonios; el amor entrañable que tuvo por Nicaragua; su paso turbulento por la política; sus batallas contra la adicción; los resquicios más profundos de su vida, tiene que leer El ídolo no muere, la segunda y más completa entrega que ha hecho Edgard Tijerino sobre las virtudes pugilísticas de Alexis Argüello. La primera vez que lo retrató de cuerpo entero, fue hace treinta y cinco años (1975), cuando publicó El flaco explosivo. Siguió su derrotero como los Reyes Magos fijaron su mirada sobre la estrella de Belén, para llegar hasta el pesebre y festejar el nacimiento del Niño Jesús.


Alexis tuvo el privilegio de haberse encontrado con Tijerino en el momento indicado. Desde que comenzó a remontar las alturas el 7 de septiembre de 1970, derrotando al costarricense Marcelino Beckles, hasta el 1 de julio de 2009, cuando bajó a la tumba consagrado por un pueblo que lloró su muerte como lloran los pueblos a sus héroes. Edgard se encargó de acompañarlo en toda su trayectoria boxística, para dar fe y testimoniar el afecto que guarda por el ídolo nacional, en una obra laudatoria, escrita en su plena madurez profesional y con una fuerza arrebatadora. Si Salomón de la Selva inmortalizó al indio guatemalteco Mateo Flores, Edgard Tijerino ha cantado mejor que nadie las glorias del ídolo deportivo más grande que ha tenido Nicaragua. Una leyenda en el cuadrilátero, cuyas hazañas Nicaragua entera admira, acrecentando su prestigio con el paso del tiempo. Alexis trascendió banderas y mezquindades para instalarse en el corazón de los nicaragüenses.

Como demuestra Tijerino, Alexis se convirtió en un mito y los mitos forman parte de la leyenda; es cuando los pueblos reescriben su paso por la vida; narran a las nuevas generaciones sus proezas, haciéndolas y rehaciéndolas a su antojo, con el propósito que su imagen perdure hasta la consumación de los siglos. Este Alexis y no otro, es el que vemos resplandecer en nuestra memoria, bajo el fulgor de la pluma acerada de Edgar Tijerino.

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